Tío Manuel, alrededor de 1915,
de pié y con traje oscuro,
con sus sobrinos-discípulos.
de pié y con traje oscuro,
con sus sobrinos-discípulos.
Estaba sentado junto a mi padre. Con mi mente infantil le estaba haciendo las preguntas inocentes que acostumbran a hacer los niños: ¿Por qué la tierra es redonda? ¿Por qué no podemos volar, como las aves? ¿Por qué no podemos vivir bajo el mar, como los peces? En un descanso del interrogatorio, que él disfrutaba tanto como yo, me habló del tío Manuel.
Manuel García Estrada era hermano de abuela Isabel. El tío Manuel, como lo nombraba con admiración mi padre, era farmacéutico y no tuvo hijos. Él preparó el bachillerato de todos sus sobrinos y estuvo trabajando unos años en África para contribuir económicamente mientras hacían estudios superiores en la península. Los introdujo en los principios de la Ilustración y el Racionalismo. Les enseñó a cultivar el espíritu crítico y a despreciar la superstición y el fundamentalismo. Mi padre lo tuvo de profesor entre 1910 y 1916, mientras hacía el bachillerato, hace más de 100 años.
Los animaba a no perder la infancia. Después la escuela, la universidad y la sociedad se encargan de destruir el instinto natural de conocer la raíz de las cosas. Conservar de mayores el espíritu de la infancia, decía, convierte a los hombres en filósofos, científicos o poetas.
Hoy, todos los que fuimos educados por sus alumnos, estamos en deuda con él.