"El hacedor del bien", un cuento de Oscar Wilde, que leí cuando era un muchacho:
Jesús se había sentado a meditar en un lugar apartado. Sintió, de pronto, que había alguien cerca de él. Se giró y vio a un hombre que lloraba en silencio. Se compadeció y le preguntó:
—¿Por qué lloras?
El hombre que lloraba levantó la vista, lo miró, lo reconoció y le respondió:
—Estaba yo muerto y tú me resucitaste, ¿qué iba a hacer yo más que llorar?
"El evangelio según Jesucristo" de Saramago, que leí cuando ya era un hombre maduro:
En cuanto Marta, su cuñada, se enteró que Jesús había regresado, corrió a buscarlo. Su marido, Lázaro, había muerto y lo habían enterrado hacía unos días.
En cuanto Marta, su cuñada, se enteró que Jesús había regresado, corrió a buscarlo. Su marido, Lázaro, había muerto y lo habían enterrado hacía unos días.
—Tú puedes hacerlo —le dijo— resucítalo.
Jesús se sentó para calzarse las sandalias y acompañarla a la sepultura. Entonces María Magdalena, su esposa, le puso una mano sobre el hombro y le dijo:
-No lo hagas. Ten compasión de él. No obligues a un hombre a pasar dos veces por la muerte.
Nunca he podido entender por qué el Dios todopoderoso y todo bondad nos hace nacer aquí y no directamente en el cielo.