No sé exactamente cuántos años tenía, pero debió ser alrededor de los ocho o nueve. Vivíamos en el telégrafo viejo de San Sebastián de la Gomera. Esa tarde entré por la puerta que desde el callejón empinado accedía al patio de la casa. Después de comprobar que estaba vacía traté de verificar lo que los amigos me decían y que yo no acababa de creer. Me dirigí al dormitorio de mis padres. Abrí la puerta del armario y descubrí el engaño. Allí estaban, ante mí, las caja que contenían los juguetes que debían traernos, unos días después, los Reyes Magos.
No entiendo por qué ese hecho pasó -y sigue pasando- desapercibido a los otros niños y, sin embargo, a mí me marcó para siempre. Me caí del caballo, como San Pablo. Aprendí que ya no podía fiarme de cualquier cosa que me dijeran o me enseñaran. A partir de entonces empecé a dudar de todo, de los hechos históricos que se nos enseñaban en clase o de los lugares que nos hacían aprender en geografía y que nunca había visto. Todo me sonaba igual, a engaño y mentira. Esa fue la semilla de lo que sería pocos años después mi ateísmo juvenil, mi permanente espíritu crítico y, por encima de todo, mi inseguridad crónica. Toda mi vida ha sido ya siempre un aprender y un desaprender, que me ha impedido seguir principios, doctrinas, líderes o maestros.
PARÁBOLAS
I
Era un niño que soñaba
un caballo de cartón.
Abrió los ojos el niño
y el caballito no vio.
Con un caballito blanco
el niño volvió a soñar;
y por la crin lo cogía...
¡Ahora no te escaparás!
Apenas lo hubo cogido,
el niño se despertó.
Tenía el puño cerrado.
¡El caballito voló!
Quedóse el niño muy serio
pensando que no es verdad
un caballito soñado.
Y ya no volvió a soñar.
Pero el niño se hizo mozo
y el mozo tuvo un amor,
y a su amada le decía:
¿Tú eres de verdad o no?
Cuando el mozo se hizo viejo
pensaba: Todo es soñar,
el caballito soñado
y el caballo de verdad.
Y cuando vino la muerte,
el viejo a su corazón
preguntaba: ¿Tú eres sueño?
¡Quién sabe si despertó!
Campos de Castilla.
Antonio Machado.