lunes, 10 de junio de 2019

XXX La muñeca (infancia)


LA MUÑECA
(Un cuento de Fernando Espinosa García)

 Para mis hermanos, Fernando y María del Carmen.


Estos son el callejón empinado y el edificio,
hoy casi en ruinas, del telégrafo viejo.
Detrás de ese ventanal, de la segunda planta,
mi madre me parió hace más de 73 años.

INTRODUCCIÓN

A los que no creemos en la inmortalidad, cuando llegamos a la vejez se nos cierran las puertas del futuro. Entonces volvemos la vista atrás, hacia la infancia.
Aunque ya casi nadie lo recuerda, los años 50 del siglo pasado, los de mi infancia en La Gomera, fueron tiempos difíciles. Años de posguerra y de miseria. De miseria económica y de miseria cultural.
Cuando se vive rodeado de oscuridad, de fundamentalismo y de represión, solo nos queda el refugio de los libros. Como quien vive en otro mundo, mi padre se pasaba el tiempo libre que le dejaba el telégrafo leyendo. Los libros eran su pasión. Aunque mi madre lo obligaba a llevar un registro de los libros que prestaba, escuché una vez decir a alguien que en todas las casas de San Sebastián de la Gomera había un libro de Fernando Espinosa. Seguramente era una exageración, pero el telégrafo fue, de alguna manera y por esos años, la biblioteca pública.
Cuando mis hermanos y yo éramos niños, tenía la costumbre de inventarse cuentos para entretenernos. A pesar de que ya han pasado casi 70 años, mi hermana, que tiene su misma memoria, me contó hace unos días, como si fuera él y con sus mismas palabras, el cuento de “La muñeca”. 
Los personajes eran, en su mayoría, vecinos del pueblo, que elegía por sus singularidades personales.
La fachada del telégrafo viejo, donde vivíamos, daba a la calle José Antonio Primo de Rivera, aunque todos la llamábamos “la calle Trasera”. En un costado del edificio había un callejón empinado que comunicaba nuestra calle con la pista, por aquel entonces todavía sin asfaltar, que subía al barrio de La Lomada, al cementerio y al faro.



ACTO 1
De cómo doña Concha, “la Capitana”, engatusa a Margarita

Al otro lado del callejón empinado había una casa en ruinas, con los techos en el suelo. Nunca la vimos habitada, pero mi padre puso a vivir en ella a los personajes centrales de su cuento: Margarita y su madre.
La madre de Margarita trabajaba en un empaquetado de tomates. Los sábados, después de finalizar el duro trabajo, recibía su modesto salario. Un sábado, cuando regresó a casa, le dio el dinero a su hija y la mandó a la recova, a hacer la compra de la semana.
Doña Concha, “la Capitana”, tenía un bazar  en la calle principal, la del General Franco, que era conocida como “la calle del Medio”. El nombrete de “la Capitana” le venía porque era la viuda de un capitán del ejército. Era famosa por su labia. En el escaparate tenía una muñeca de la que Margarita se había enamorado perdidamente.
En el camino a la recova Margarita se tropezó con la tienda. Allí se quedó, parada, con las monedas del jornal de su madre en el bolsillo del delantal y con sus ojos fijos en la muñeca. Doña Concha, que la vio,  salió a la calle. 
—¿Te gusta la muñeca, Margarita?
—¡Sí!
—¿Tienes dinero?
—Sí, pero es para la compra de la semana.
—Yo te hago un buen precio. 
—No. Mi madre…
Y así siguió la conversación. Doña Concha enredándola y Margarita intentando zafarse. Pero al final ocurrió lo inevitable.
Margarita caminaba ahora hacia su casa, entre feliz y asustada, con su soñada muñeca.


ACTO 2
De cómo la muñeca va a parar a los chiqueros de doña Delfina

Cuando llegó a casa sin compra y sin dinero, hubo mojo con morena. La tafeña fue monumental. Junto con la paliza se oían los gritos: “Estúpida, imbécil, irresponsable, ¿qué vamos a comer ahora?” Eran otros tiempos. Hoy la hubieran procesado por violencia doméstica.
En el furor de la rabieta, la madre cogió a la muñeca de una pata y la lanzó por la ventana con todas sus fuerzas.
La muñeca aterrizó justo detrás de la casa, donde había un solar que llamaban los chiqueros de doña Delfina. Nunca vimos los cochinos, pero  debió de haber sido usado como tal porque aún se conservaban los chiqueros ruinosos.
Esa noche Margarita se acostó llorando, sin comer, humillada y con las huellas de la zapatilla de su madre por todo el cuerpo. Pero lo que más sentía era la pérdida de su muñeca.
La casa tenía una puerta trasera por donde se podía salir al callejón empinado. Así que, cuando su madre se hubo dormido, sigilosamente, se levantó, salió al callejón, subió hasta los chiqueros de doña Delfina y se puso a buscarla. La encontró, después de rebuscar por todo el solar, en el fondo de uno de los goros.
Estaba hecha una pena, pero la llevó a la pila y la limpió con esmero. Luego se acostó y se quedó dormida abrazándola sobre su pecho.



ACTO 3
La primera cagada de la muñeca y el gran desayuno

Poco antes de amanecer, la despertó una voz muy tenue:
-Margarita, Margarita.
Al principio estaba desorientada, pero luego se dio cuenta que era la muñeca quien la llamaba.
—¿Qué quieres?
—Quiero hacer caca.
Margarita, como la cosa más natural del mundo, sacó la bacinilla de debajo de la cama y la sentó.
Se extrañó, porque mientras la muñeca hacia caca escuchó un ruido como el que hacen los boliches de barro cuando, después de jugar, los niños para guardarlos los dejan caer en sus cacharros.
Cuando la levantó no podía creerlo. La bacinilla estaba llena de monedas.
Se vistió y, antes de que se levantara su madre, fue corriendo a la recova.
Cuando su madre se despertó, el desayuno estaba servido sobre la mesa.
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Corre! ¡Ven a desayunar!
—¡Mala hija! ¿Quieres reírte de mí? ¿Quieres que te dé otra vez?
—No, mamá. Ven. Es verdad.
Cuando entró en la cocina no podía creerlo. Sobre la mesa un desayuno que, ni en sueños, hubiera podido imaginar, y sobre una silla, la sereta rebosante de carne, pescado, verduras, frutas, enlatados…, todo de una calidad desconocida en la casa.
—¿Qué has hecho, desgraciada? ¿Dónde fuiste a robar?
—No, mamá, no.
Y le contó.


ACTO 4
De cómo doña Manolita espía a sus vecinas y consigue que le presten la muñeca

A partir de entonces, cada noche Margarita dormía con su muñeca y cada noche la muñeca cagaba monedas.
Los vestidos y los zapatos de Margarita y de su madre, así como las compras que traían, empezaron a llamar la atención de sus vecinos y en especial de doña Manolita. 
Doña Manolita vivía en la misma calle y a pesar de tener marido y varios hijos e hijas, se pasaba la mayor parte del día asomada en la ventana fisgoneándolo todo y descuidaba  la casa y su limpieza.
Intrigada, empezó:
—¡Qué zapatos tan bonitos llevas, Margarita!
—Ayer le vi a tu madre un vestido nuevo.
—¡Cómo pesa esa sereta!
—Y ese falda, ¿cuánto te costó?
Tanto insistió, que la inocente Margarita, en un momento de debilidad, le habló de su muñeca.
Al siguiente día doña Manolita está de visita en casa de Margarita. Las tres sentadas en la cocina.
—¿No ven cómo vivimos?- Suplica doña Manolita.
—Hasta hambre pasamos.
—Mi hija la mayor, que ya tiene novio, lleva las bragas rotas.
—Préstenme la muñeca una noche, por caridad.
Tanto insistió e imploró que finalmente accedieron. Acordaron que al día siguiente, y por una noche, Margarita se la llevaría.



ACTO 5
La sorpresa de doña Manolita y cómo la muñeca vuela de nuevo

Al día siguiente, desde muy temprano, en casa de Doña Manolita se formó el zafarrancho. Se limpió la casa. Se lavaron todas las sábanas. Dejo la casa como si fuera a visitarla un rey y la cama, donde iba a dormir ella con la muñeca, inmaculada. Compró, de fiado, un camisón y una bacinilla nueva.
Al atardecer llegó Margarita con la muñeca. Esa noche la muñeca durmió en el sitio del marido y él se acostó en el suelo.
Don Gonzalo, el nuevo Jefe Provincial del Movimiento, estaba de visita en la isla. A pesar de su alto cargo era un joven peninsular, alto y apuesto, que había participado victorioso en la guerra civil y defensor del pensamiento único y con un porvenir brillante en la recién inaugurada dictadura fascista. Es decir, en la isla y por esas fechas, un príncipe azul.
Doña Manolita se despertó antes de amanecer y se inquietó al ver que la muñeca dormía profundamente. Entonces sacó la bacinilla nueva y la sentó sobre ella. Pasado un rato, y al comprobar que la muñeca seguía inmóvil, se impacientó. Entonces le dijo susurrando:
-Caga muñeca.
Desesperada, porque la muñeca no atendía sus súplicas, empezó a ordenarle, cada vez con más fuerza:
¡Caga muñeca! ¡Caga muñeca! ¡Caga muñeca!
Doña Manolita sonrió al comprobar que la muñeca empezaba a hacer fuerza.
Estaba tan ansiosa que en cuanto la muñeca terminó se tiró con las dos manos sobre la bacinilla. Pero, ¡Dios santo!, ahora estaba llena, a rebosar, pero de caca de verdad. La caca lo inundó todo. Las manos y la cara de doña Manolita, el camisón nuevo, las sábanas inmaculadas, el suelo, las paredes y hasta el techo. 
Salió al patio con la muñeca y enfurecida la lanzó con tanta fuerza  que llegó hasta la azotea del Cabildo. 
Era un amanecer tórrido  de agosto.


ACTO 6
Final

Don Gonzalo, que se alojaba en el Cabildo, había subido a la azotea esa madrugada a coger un poco de aire fresco. De pronto sintió un fuerte dolor en la pierna. Era la muñeca, que en su vuelo había terminado clavando sus dientes en la pantorrilla del Jefe Provincial del Movimiento.
Toda la isla se puso en pie. El alcalde, las demás autoridades y el médico acudieron al Cabildo para socorrerlo. Todos lo intentaron, pero nadie consiguió arrancarle la muñeca. Doña Concha, “la Capitana”, cuando lo vio, le dijo a Pena, el municipal, que fuera a buscar a Margarita. En cuanto llegó Margarita la muñeca se soltó de la pierna de don Gonzalo y corrió hasta sus brazos.
Don Gonzalo, agradecido y al mismo tiempo prendado de la belleza de Margarita, habló con su madre y le manifestó su intención de casarse con ella. Y así ocurrió. A los pocos años, cuando Margarita empezaba a ser una señorita, don Gonzalo regresó y contrajeron matrimonio en una ceremonia que no se olvidará jamás en la isla.
Lo que nunca nos contó mi padre es si la muñeca siguió cagando dinero, pero bueno, a nosotros eso tampoco nos interesaba. El círculo se había cerrado con un final de cuento.