Se nos educa, desde muy niños, a comportarnos en función de las circunstancias que nos rodean en cada momento de la vida y hablamos también en función de lo que los demás esperan oír de nosotros. Nadie nos conoce, tal vez ni nosotros mismos. Es nuestro modo de supervivencia. Solo los ciegos y rígidos fundamentalistas, esclavos de su obstinación, defienden su adoctrinamiento. La evolución se alimenta de la duda y de la ausencia de cualquier principio irrevocable.