Solo, como cada día, he salido a pasear. La playa está desierta por la lluvia. Siento, bajo mis pies, el contacto de la arena húmeda.
Empiezan, de pronto, a despertar los viejos recuerdos de la infancia. Los paseos junto al barranco, viendo el agua marrón correr hacia el mar. Las mujeres lavando la ropa, arrodilladas, en el borde de la barranquera. El ruido de la lluvia. El tiempo detenido, contemplando hipnotizado los hilos de agua caer, deshaciéndose, sobre el cemento del patio. Las gotas rodando por los cristales. Las gafas y el libro de mi padre sobre la mesa. Las botas de agua y los charcos. El mar embravecido golpeando la playa y el muelle. El cielo gris. El tiempo transcurría tan despacio y llovía tan poco -o a mí me lo parecía- en La Gomera, que cuando lo hacía era una fiesta.
Ahora, sobre la playa, empieza a llover con fuerza. La lluvia se desliza por el chubasquero y de mis pies, descalzos, brota el agua como desde una fuente.