En los foros científicos se habla, como de una verdad indiscutible y con mucha insistencia, de las nuevas técnicas que conseguirán, en algunos años, acabar con la muerte. Hace unos días estuve dialogando con un compañero defensor de esa creencia. Cuando le dije que eso era solo un sueño consecuencia de nuestro instinto de perdurar y que hasta el Sol tenía sus días contados, él me contestó que bueno, que lo del Sol quedaba muy lejos, dentro de muchos millones de años.
Esta mañana, antes de que saliera el Sol, he estado meditando sobre ello. Me acordé de la infancia. Esa etapa de la vida en la que el tiempo transcurría con tanta lentitud que nos parecía infinito. La madurez y la vejez, que ha llegado tan pronto, la veíamos tan lejos como los millones de años que le faltan al Sol para apagarse.
El instinto de seguir aquí, cueste lo que cueste, no es solo propio de los Sapiens, es de todas los organismos vivos. Cualquiera especie que perdiera ese instinto se extinguiría rápidamente.
El instinto de seguir aquí, cueste lo que cueste, no es solo propio de los Sapiens, es de todas los organismos vivos. Cualquiera especie que perdiera ese instinto se extinguiría rápidamente.
Pero la razón me dice que es absurdo querer seguir aquí eternamente. No morirnos sería prolongar innecesariamente una incomprensible y absurda estupidez por los siglos de los siglos y Amén.