Los grandes viajeros dicen que el peor enemigo de los viajes es el miedo, que inconscientemente lo ocultamos con disculpas como la falta de tiempo o de dinero. Durante los viajes descubrimos que el resto de los habitantes del planeta son iguales o mejores que nosotros, aunque nos empeñemos en decir lo contrario. No olvidemos que nuestros principios, nuestra cultura, nuestra forma de pensar y de vivir es una más y, con toda seguridad, no la mejor entre las infinitas existentes que desconocemos.
Hace más de treinta años que no voy a una agencia de viajes. Preparo, personalmente, mis viajes. Pero esta forma de viajar requiere algún esfuerzo. No queda más remedio que remangarse la camisa, alejarse de la televisión basura que nos embrutece y ponerse a trabajar frente al ordenador.
Primero encontrar un país que despierte nuestro interés y a dónde podamos desplazarnos lo más directo y económico posible. Un buen sistema para inspirarnos es entrar en la web de Aena. En los aeropuertos Tenerife Sur, Tenerife Norte, Madrid, Barcelona... y explorar en los destinos de los vuelos de las compañías aéreas. Luego, una vez que hayamos encontrado el destino y el vuelo, informarnos sobre el país, los lugares de interés para visitar, la forma de desplazarnos dentro de él, diseñar un itinerario y, después, buscar los hoteles. Finalmente, y ya con todos la información en la mano, incluido los gastos, tomar una decisión. Si es favorable, adelante. En caso contrario no habremos perdido el tiempo. De esa manera he viajado muchas veces, cómodamente y sin moverme de casa. Realmenteo lo de remangarse es una expresión poco afortunada. El viaje comienza a disfrutarse con los sueños de la preparación.
Aunque cada uno tiene sus gustos, pienso que el mayor error del viajero es convertirse en turista. Integrarse en esos grupos compactos, sometidos a la disciplina de un guía y a un estrés casi permanente. Nuestro cerebro no es capaz de asimilar los datos que introducimos en grandes cantidades y atropelladamente.
La relajación y la tranquilidad debe ser una de las condiciones básicas del viajero. La ansiedad por querer verlo todo en un corto espacio de tiempo es su peor enemigo. Descansar bien para recuperarnos de los largos paseos. Visitar las mínimas atracciones turísticas imprescindibles. Entrar en museos solo en casos excepcionales, para estar como máximo una hora y para ver detalles concretos. Pero, sobre todo, pasear por calles, plazas, parques, junto al mar o los ríos. Sentarse a observar el paso de la gente o los juegos alegres de los niños y ¿por qué no? dejar volar la imaginación. Evitar los lugares llenos de turistas e intentar comunicarnos, en lo posible, con la gente del lugar. Todo eso contribuye a conocer el país y su gente.
Y ser, por encima de todo, humilde y no olvidarse jamás de la realidad: que todo es transitorio, que nada es importante y que pronto nuestro cerebro acabará como el disco duro de la contabilidad B del PP.