Presionados y acorralados por el medio ambiente, los homínidos no encontraron otra salida mejor para sobrevivir que desarrollar aquello que tenían más a mano: su cerebro. Así, incrementando su volumen consiguieron profundizar en el conocimiento del mundo que les rodeaba.
Esto provocó, irremediablemente, que se vieran obligados, al mismo tiempo y como daño colateral, a mirarse a sí mismos, a tener conciencia de su propia existencia y de su muerte.
El instinto de supervivencia, consustancial con cualquier forma de vida, es incompatible con la conciencia de la muerte. Se produjo entonces un grave conflicto entre la razón, que intentaba emerger, y la conciencia de la muerte que se lo impedía.
La solución la consiguió desarrollando la imaginación al mismo tiempo que iba descubriendo el mundo exterior. El mundo sobrenatural y la esperanza de una vida después de la muerte, hijos del pánico, de la imaginación y del autoengaño, lograron, en principio, resolver el problema. Y así, la imaginación se convirtió en su principal aliado. Con ella consiguió ocultar la realidad que la razón le presentaba ante sus propios ojos y que su naturaleza le impedía aceptar.
Es verdad que el mundo sobrenatural ha frenado el proceso evolutivo normal de la razón, porque sus fundamentos no son racionales, pero también es cierto que sin él, sin el mundo sobrenatural, nunca hubiera podido surgir la razón tal y como se manifiesta hoy.
Desde el descubrimiento de la filosofía por los griegos, la razón intenta, empecinada e inútilmente, liberarse de todas esas fantasías que limitan su desarrollo.
La especie tiene su propio mecanismo reflejo de autodefensa, por eso rechaza y persigue el ateísmo. Sabe que su supervivencia depende de que todos sus miembros crean, sin dudarlo, en un fantástico e increíble cuento. La evolución los ha diseñado para creerse cualquier descabellada historia que pueda dar coherencia a su existencia.
Esa mezcla de pánico e imaginación los ha enloquecido hasta tal punto que no solo los ha hecho creer la estupidez de que son superiores a las otras especies que habitan el planeta, sino, incluso, superiores a las estrellas, a las galaxias y al propio universo porque estos finitos y ellos, pobres simios orgullosos, inmortales.
Con su cerebro están consiguiendo dominar el planeta e intentando salir de él, mientras, como un funambulista, hacen equilibrios sobre la débil cuerda que ellos mismos han trenzado con sus propias mentiras.
Con su cerebro están consiguiendo dominar el planeta e intentando salir de él, mientras, como un funambulista, hacen equilibrios sobre la débil cuerda que ellos mismos han trenzado con sus propias mentiras.