Cuando tenía 15 años pensaba que los 70 quedaban en el infinito y cuando tenía 40 que nunca llegaría a hoy. Pero la realidad es tozuda. ¡Dios mío, hoy cumplo 72 años!
Nunca pude imaginar que estos años, que ahora estoy pasando, pudieran ser los mejores de la vida. Los años y la holgazanería de la jubilación me han transportado a un mundo nuevo. Siento que aún estoy aquí y, al mismo tiempo, que ya me he ido. Es una sensación tan extraña. Como si me hubiera puesto a volar después de sacar la cabeza de debajo del ala. ¿Serán mis neuronas que se encargan de quitar valor y dramatismo a todo, preparándome para el viaje definitivo o, tal vez, que estoy perdiendo la razón?
Desde este cómodo avión, donde me he subido, se observa con claridad el infinito pasado que precedió nuestro nacimiento, el infinito futuro que seguirá a nuestra muerte y en medio este instante de estúpida, absurda e inútil comedia.