domingo, 16 de febrero de 2020

XXX Los esclavos de la mentira

Una hora más tarde pasó el entierro del cochero de la esquina.
Iba su ataúd sobre su mismo coche de punto,
tirado por su mujer y su hijo pequeño.
Seguían al macabro vehículo siete caballeros enlevitados,
portadores de coronas de azucenas en la cabeza.
El enlevitado impar precedía a los otros seis
y llevaba una bandera española,
cuyo grueso mástil terminaba en una zapatilla despilfarrada.

En el sitio donde estaba antes mi estatua había ahora un burro apolillado,
cojo de una pata,
y un cubo de basura adornado con lirios blancos.

¿Era yo un caballo?
Crimen (1934)
Agustín Espinosa García 


Tío Agustín, con esa prosa deslumbrante, se ríe -se descojona- de la podredumbre de los valores sociales con los que somos adoctrinados desde niños y que serán luego los fundamentos de nuestra existencia. Una existencia basada exclusivamente en la interpretación y las bambalinas.
Vivimos aferrados a las mentiras de ese adoctrinamiento con todas nuestras fuerzas y nada nos produce más irritación que algún impertinente destruya los pilares sobre los que se sustenta nuestra mísera farsa.
Él, consciente del riesgo, nos arrancó el disfraz y nos puso frente al espejo.
Ese fue su pecado, su crimen y su ruina.