Aunque hoy, en la isla, luce un día espléndido de primavera, los negros nubarrones y las rachas de viento huracanado de las noticias, anuncian un temporal devastador.
Nada puedo hacer para modificar la tormenta que se avecina. Solo me queda esperar, observar y, si es posible, aprender.
El miedo, que nos ha metido asustados dentro de la cueva, ha sacado a la luz las más bajas pasiones y, también, los más nobles instintos de nuestra especie.
Ha puesto a la vista, de todo aquel que la soberbia no le impida mirar, la delicada fragilidad de nosotros, de nuestras verdades, de nuestra estructura social y de nuestra especie.
Mientras el sol sigue pintando con pasteles cada mañana y cada tarde las nubes, el mar copiando el azul del cielo y el viento salpicando de manchas blancas las crestas de las olas, yo tengo la suerte de poder compartir la soledad de estos días de encierro con la mujer que me guía desde la lejana juventud.