Esa mañana, al despertar, escuchó la noticia. Sus compañeros traían un prisionero. Con diecisiete años acababa de llegar al frente. Después, otro comentario: “el comandante no quiere prisioneros”.
Al mediodía, el comandante ordenó que lo hiciera uno de los nuevos. El teniente lo eligió a él.
Toda la Compañía estaba formada. El prisionero, atado y arrodillado, esperaba. El elegido se aproximó y apoyó su pistola en la frente del prisionero. Luego, lentamente, bajo el brazo hasta casi apuntar al suelo. De pronto, con gesto firme, levantó el arma, la dirigió hacia a su propia cabeza y disparó.