El agua, que con la lluvia penetra lentamente en lo más profundo de las entrañas de la isla, permanece allí olvidada hasta que encuentra una grieta por donde salir otra vez a la luz.
Uno de las ventajas que disfrutamos los que hemos superado los 70 años es el placer de haber olvidado definitivamente todo lo que ha formado parte de nuestra formación: las palabras de nuestros padres, las enseñanzas de los buenos profesores con los que hemos tropezado, las lecturas, los fracasos, las alegrías… Todo permanece oculto en el olvido de la memoria.
Está olvidado, pero no perdido. De pronto la sonrisa de un niño, un paisaje, una canción, un beso, un abrazo, un puñal, un cadáver abandonado o cualquier otra circunstancia es la grieta por donde aflora la memoria olvidada. Cuando surge nos sorprende y nos hace pensar, equivocadamente, que es creación nuestra. Todo estaba ya allí, olvidado en lo más profundo de nuestro cerebro.