En los alrededores de casa, entre las Chumberas, el Campus Universitario de Guajara y la Finca de España, donde acostumbro a pasear algunas tardes, el asfalto y el cemento no ha conseguido vencer del todo al campo. En las huertas semiabandonadas, junto a antiguas viviendas, se ven aún las higueras como un emblema de los viejos tiempos. En este mes de julio, llenas de fuerza, saltan los ruinosos muros de piedra y perfuman el camino.
El aroma de las higueras me embriaga y me transporta a otros tiempos y a otros lugares.
Pienso entonces que ese mismo aroma debió embriagar a los presocráticos, en la antigua Grecia. Los imagino dialogando, cubiertos con sus túnicas, intentando descabalgar de sus tronos a los dioses del Olimpo para sentar en su lugar al dios de la razón.
Luego, en una humilde habitación, con el piso de tierra, una copa de cicuta sobre una mesa. El maestro, rodeado de sus alumnos, se despide. Se levanta y coge la copa. Yo salgo, entonces, de la casa al calor sofocante de la tarde y me llega el aroma de la higuera.