El hombre moderno, el Homo Sapiens Sapiens, apareció como especie hace unos 100.000 años, como consecuencia del proceso evolutivo de una larga cadena de antepasados homínidos. Los más conocidos son: el Homo Sapiens (300.000 años), el Homo Erectus (1,5 millones de años), el Homo Habilis (2 millones) y el Australopithecus (3 o 4 millones). Todos ellos fueron nómadas, primero recolectores y luego, también, carroñeros y cazadores. Vivián en pequeños grupos que cambiaban periódicamente de lugar en función de los recursos que le aportaba el medio. Tenían escasas propiedades, solo las que podían transportar sobre ellos. Estaban completamente integrados con la naturaleza, considerándose parte de ella. No se sabe cuando aparecieron los dioses, pero posiblemente fue cuando el desarrollo del cerebro les hizo tener conciencia de la muerte y les llegó el pánico, que nosotros seguimos padeciendo. Sus dioses eran reales: el sol, la tierra, el rayo, la lluvia, el viento, el mar... Elementos de los que dependían, a los que temían y que no podían controlar.
Nuestra forma actual de vivir y de pensar es consecuencia del cambio brusco que se produjo en nuestra especie hace solo unos 10.000 años, cuando nos hicimos agricultores-ganaderos y sedentarios. Aprendimos a domesticar las plantas y los animales, convirtiéndolos en nuestros esclavos. La demografía empezó a crecer exponencialmente. Con el sedentarismo nacieron las ciudades y los países con miles y millones de habitantes. Poco a poco nos fuimos separando de la naturaleza y de los otros seres vivos. Como consecuencia de ello, surge el convencimiento de que somos seres superiores al resto de las otras especies que habitan el planeta. Luego aparecen los dioses imaginarios y la religión monoteísta en que hemos sido educados, que nos enseña que somos igual que dioses, con un alma inmortal y los propietarios de la tierra.
El hijo de un modesto y humilde simio camina hoy como un loco, orgulloso, llevando sobre su cabeza un gran corona y creyéndose el rey de todo el universo.