Voy a hablarles del gran descubrimiento que hice, por casualidad, hace unos días.
Me estaba bañando en casa. Leonor, mi mujer, había salido. Cuando terminé la ducha me di cuenta que la toalla de baño no estaba colgada en su perchero, como es habitual. Pensé primero en ir a buscarla. Para ello tendría que ir hasta la solana, en el otro extremo de la casa, donde debería estar y regresar. Chorreando agua, como estaba, iba a dejar todo perdido. No sabía qué hacer. De pronto, vi que la pequeña toalla del bidé estaba en su sitio y al alcance de la mano. En principio, no me pareció bien. Seguro, a ella no le gustaría. Pero lo pensé mejor. Siempre que uso el bidé me limpio bien, con profundidad y detenimiento. La toalla solo la uso para secarme ligeramente. La toalla debe estar perfectamente limpia. Así que, me llené de valor, la cogí y me sequé.
En principio no le di importancia. La coloqué en su sitio y fui al dormitorio a vestirme. De pronto se encendió una gran luz que iluminó, como un flash, el interior de mi cerebro. ¡Eureka, lo he descubierto! Corrí, desnudo como estaba, y cogí un metro. Medí la toalla del bidé (0,40 x 0,25 = 0,10 m2) y la de baño (1,50 x 1,00 = 1,5 m2) !Dios mío, 15 veces más pequeña! Toda la vida he usado para secarme, después del baño, una toalla de 1,5 m2, cuando podría haberlo hecho con una de 0,10 ¡Qué locura! ¡Qué derroche! ¡Qué estúpidos somos los humanos!
¡Qué bien me sentía con mi nuevo descubrimiento! Orgulloso, importante, en posesión de la verdad y por encima del resto de mis semejantes, casi como el expresidente del Gobierno, José María Aznar.
En cuanto mi mujer llegó a casa corri, entre orgulloso y eufórico, a decírselo. Cuando terminé, dejó en el suelo unas bolsas que traía en las manos, se incorporó, se giró hacia mí, me miró y me dijo entre enfadada y sería: “Deberías ir al médico, cada día estás peor. La próxima vez te secas con un confeti".
Agaché la cabeza y me retire humillado. Estoy acostumbrado a sus críticas, pero esta vez... ¡Qué frustración! ¡Qué desengaño! ¡Qué golpe tan duro! Creo que nunca me he sentido tan mal, ni cuando critica mis pobres "ocurrencias". Somos como Don Quijote y Sancho. Yo siempre intentando, sin conseguirlo, traerla hasta los cerros de Úbeda, por donde siempre ando perdido y ella procurando llevarme a una aburrida realidad.
Escribo esto con la esperanza de incluirlo, algún día, en un libro que debería titularse "las imbecilidades humanas".