MATRIOSHKA
(Muñeca rusa hueca que alberga en su interior otras más pequeñas)
Ayer, poco antes de amanecer, tuve un sueño. Soñé que me había hecho pequeño. Tan, tan pequeño que ahora la tierra se había convertido en un electrón, que giraba a una velocidad vertiginosa alrededor de su núcleo. Ustedes, los mares, los bosques y las ciudades también vivían conmigo sobre ese electrón. Nuestra vida duraba una fracción de segundo, lo que tarda el electrón en realizar setenta u ochenta vueltas al núcleo. Pero en ese tiempo, adaptado a nuestra vida, podíamos hacer lo mismo que aquí: nacer, crecer, reproducirnos, pensar e intentar encontrarle una explicación a ese mundo. Ese átomo estaba alojado en el interior de un pequeño grano de arena. Los físicos, los matemáticos y los astrónomos de ese electrón, que con sus telescopios habían podido llegar a ver los otros átomos y moléculas, hasta los límites del grano de arena, entendían que el grano de arena era todo el universo y especulaban, como aquí, con un big-bang, sin poder imaginar que ese universo solo era un grano de arena en el desierto de nuestra tierra.
También soñé, más tarde, que nuestra tierra, de ahora, era un átomo, que con su sol, las otras estrella y las galaxias visibles, formaban un grano de arena de grandes dimensiones, que vagaba por el desierto, empujado por el viento, de un planeta de proporciones descomunales, que tardaba en dar una vuelta, sobre su estrella, un tiempo casí infinito y donde vivían animales y plantas, como aquí, pero infinitamente mayores.
Y así seguí soñando, hacia arriba y hacia abajo, en un nuevo infinito de "matrioshka".