Parecía que, después de la transición política, las dos españas, tan bien definidas por Machado, se habían ido difuminado hasta casi desaparecer. Pero era una ilusión, no estaban muertas, solo dormían. Han despertado de nuevo llenas de furia y energía. Cada vez se diferencian y se distancian más y más, cada una encerrándose en sus sin razones. Y como dos gallos en la arena se miran con rabia amagando con aniquilar al adversario.
Por otro lado, en el mundo que nos rodea, cada grupo de poder creado alrededor de una raza, de una religión, de una forma de de pensar, de un equipo de fútbol o de un territorio se siente superior a los otros, a los que intenta humillar y doblegar. Un mundo regido por personajes como Donald Trump o Vladimir Putin y por el fanatismo fascista que se extiende como una epidemia.
Mientras tanto la sabiduría de los clásicos duerme completamente olvidada en las bibliotecas, igual que las enseñanzas de los profetas fundamentadas en el amor al prójimo. Esa es la gran virtud de nuestra especie. Con la mayor naturalidad y sin sonrojarnos somos capaces de leer, predicar y alabar el Nuevo Testamento, mientras solo nos preocupamos por poseer, dominar, competir y destruir a "los diferentes".
Y aunque nos empeñemos en autoengañarnos ese es lo que somos y ese es el mundo que tenemos.