Dos o tres días por semana acostumbro a pasar por la Universidad. En el bar desayuno rodeado de alumnos y luego me sumerjo en la biblioteca. Me siento a gusto rodeado de estos jóvenes que, desde mi vejez, parecen casi niños.
Los contemplo e intento adivinar sus sueños de futuro. Es posible que ellos sueñen solo en tener un buen trabajo, un buen coche y una buena casa, pero yo me ilusiono pensando que sueñan con escribir un bello poema, como Machado; o un cuento sorprendente, como Oscar Wilde; o en encontrar una nueva interpretación de la cosmogonía; o en darle un giro a nuestra forma de ver el mundo, como Galileo, Descartes, Kant o Darwin.
Imploro a los dioses por su libertad. Para que consigan escapar de los perros que agrupan al rebaño. Para que nunca se aten a ningún grupo, ni a ningún sistema, ni a ninguna corriente de pensamiento, ni a ninguna religión, ni a ninguna patria. Para que consigan ser ellos mismos y, como el viento, se paseen por la vida sin echar raíces .