San Andrés, visto desde el espigón
donde termina de la Playa de las Teresitas.
Yo no he movido ni un solo dedo para merecerlo. La vida y el tiempo son los que me han traído, involuntariamente, hasta aquí. Mientras los jóvenes, sentados en sus despachos, miran escritos, reglamentos y pantallas de ordenadores, yo paseo mi vejez junto al mar.