El virus, que nos diezma y aterroriza, nos está empujando, casi sin notarlo, a atrincherarnos en el fuerte, con todos los cerrojos bien pasados, y a rescatar los viejos prejuicios del pasado, que nos conducirán, irremediablemente, al embrutecimiento. Ninguna cultura tiene posibilidades de ennoblecerse si no tiene otras con las que relacionarse.
El "hombre" debe ser, ante todo, universalista. La solidaridad y la comunión entre todos los hombres, que es un noble mandamiento cristiano, debería ser la única bandera de la especie. La comunión, no solo entre nosotros sino también con los demás seres vivos y con el propio planeta, es nuestra única esperanza. En su lugar nos encerramos en unas patrias construida sobre mitos y leyendas inventadas por los antepasados para mantenernos aislados dentro de gruesos muros.