Según la teoría del Big-Bang el universo surgió de la gran explosión hace unos 13.800 millones de años. La tierra se formó hace 4.543 millones de años. La vida apareció sobre el planeta hace unos 3.850 millones de años. Nuestra especie, el Homo Sapiens moderno, hace unos 100.000 años. La vida media del hombre actual es de unos 80 años. En escala métrica, si nuestra vida fuera 8 centímetros, la de nuestra especie serían 100 metros, la de la vida sobre el planeta 3.850 kilómetros (la distancia aproximada entre Canarias y Berlín), la de la formación de la tierra unos 4.543 kilómetros (la distancia entre Canarias y Varsovia) y el Big-Bang estaría a 13.800 kilómetros (algo más que el diámetro de la tierra).
El hombre libera, en cada eyaculación, unos 250 millones de espermatozoides y la mujer 1 óvulo cada mes. Un hombre sano produce unos 525.000 millones de espermatozoides a lo largo de su vida y la mujer, aunque nace con 2 millones de óvulos, solo pone a disposición de la fertilización unos 450. Un hombre y una mujer podrían concebir, entonces, un número de hijos diferentes igual al resultado de multiplicar 525.000 millones por 450. Es decir, 236.250.109. Todos serían hermanos, pero con una carga genética diferente. Por todo ello la probabilidad de que cualquiera de nosotros esté aquí, con su propia genética, es igual a un número infinitamente pequeño.
De las casi infinitas partículas de polen que el viento arrastra en el bosque durante la primavera, unas pocos consiguen fecundar una flor y de las semillas que caen al suelo, solo muy pocas consiguen germinar y se convierten en un árbol. Un árbol que, como nosotros, nace por casualidad en un determinado lugar, en un tipo de suelo, con una radiación solar y una pluviometría determinada y aunque lucha con todas sus fuerzas para sobrevivir, no sabe, como nosotros, que solo se limita a seguir la programación genética con la que ha nacido y de la que es un esclavo ciego.
Nuestra irracional soberbia nos impide ver nuestra propia imagen reflejada en el espejo.
Cualquiera de nosotros, como el árbol, es solo un eslabón que está al servicio del largo proceso evolutivo de la vida. Un proceso evolutivo cuyo sentido último, como la mayor parte de lo que ocurre a nuestro alrededor, no es capaz de entender nuestro limitado cerebro.
Esto es lo que reza cada mañana, al despertar, y cada noche, al acostarse, el que escribe este blog. Un hombre en el ocaso de sus 8 centímetros. Feliz de estar finalizando la tarea de echar por la borda todas las grandes mentiras con las que fue adoctrinado desde la infancia.