Ocurrió en las Navidades de 1971/1972. Mi padre todavía vivía. Después de su jubilación nos habíamos trasladado de la casa de telégrafos al piso de los maestros, en La Orotava. Mi madre era maestra. Mi hermana, que ya se había casado, vino con su familia a pasar las fiestas con nosotros. La acompañaban su marido y su hijo mayor, Miguel.
Los padres, los tíos y los abuelos nos dedicamos a buscar regalos para el niño. Cuando el niño se levantó, la mañana del día de reyes, había un avión colgado del techo que volaba haciendo círculos, coches de pilas que se podían dirigir a distancia, entre otra infinidad de cosas. El salón estaba lleno de artefactos. El niño miraba todo aquello sorprendido. Nosotros, estúpidamente, jugábamos e intentábamos que aprendiera su manejo. Después de pasar un corto periodo de tiempo nos dimos cuenta que el niño había desaparecido. Lo encontramos en la cocina, sentado en el suelo. Había sacado dos tapas de calderos y jugaba feliz a golpear una contra la otra, como los percusionistas de una orquesta sinfónica.
Cuando yo era joven, encontrar información sobre cualquier tema era una tarea dificultosa. Había que ir a las bibliotecas públicas y a las enciclopedias. Hoy cualquier información se encuentra fácilmente en Internet.
A veces abrumado, como mi sobrino Miguel, me descubro entretenido ojeando los viejos libros que heredé de la biblioteca de mi padre.
Los padres, los tíos y los abuelos nos dedicamos a buscar regalos para el niño. Cuando el niño se levantó, la mañana del día de reyes, había un avión colgado del techo que volaba haciendo círculos, coches de pilas que se podían dirigir a distancia, entre otra infinidad de cosas. El salón estaba lleno de artefactos. El niño miraba todo aquello sorprendido. Nosotros, estúpidamente, jugábamos e intentábamos que aprendiera su manejo. Después de pasar un corto periodo de tiempo nos dimos cuenta que el niño había desaparecido. Lo encontramos en la cocina, sentado en el suelo. Había sacado dos tapas de calderos y jugaba feliz a golpear una contra la otra, como los percusionistas de una orquesta sinfónica.
Cuando yo era joven, encontrar información sobre cualquier tema era una tarea dificultosa. Había que ir a las bibliotecas públicas y a las enciclopedias. Hoy cualquier información se encuentra fácilmente en Internet.
A veces abrumado, como mi sobrino Miguel, me descubro entretenido ojeando los viejos libros que heredé de la biblioteca de mi padre.