Mi padre era el telegrafista de San Sebastián de La Gomera. Vivíamos en un viejo caserón de dos plantas. En la planta baja estaban las instalaciones y las oficinas del telégrafo y en la alta nuestra vivienda.
En el verano los niños pasábamos los días entre el fútbol, los juegos, las carreras, la exploración de los charcos del bajío y la playa. Aquellas largas vacaciones de verano de la infancia las recuerdo como un paraíso perdido.
En aquellos años los niños íbamos a la playa descalzos y vestidos solo con bañador. Allí pasábamos las horas saltando desde el muelle, jugando con las olas o revolcándonos en la arena caliente.
Para entrar en casa pasábamos por un pasillo de la planta baja en donde estaba el despacho de mi padre.
Recuerdo que cuando regresaba de la playa, todavía medio mojado, y al entrar en casa veía en su despacho a mi padre trabajando, pensaba: ¡qué desgracia tener que hacerse uno mayor!
Ahora, que tengo 74 años y hace unos 7 que vivo holgazaneando con una pensión de jubilación, cuando veo a la gente entregada al trabajo, pienso: ¡que suerte ser un viejo!
Solo merece la pena vivir, pienso, por la infancia y la vejez. El resto es tiempo perdido.
En el verano los niños pasábamos los días entre el fútbol, los juegos, las carreras, la exploración de los charcos del bajío y la playa. Aquellas largas vacaciones de verano de la infancia las recuerdo como un paraíso perdido.
En aquellos años los niños íbamos a la playa descalzos y vestidos solo con bañador. Allí pasábamos las horas saltando desde el muelle, jugando con las olas o revolcándonos en la arena caliente.
Para entrar en casa pasábamos por un pasillo de la planta baja en donde estaba el despacho de mi padre.
Recuerdo que cuando regresaba de la playa, todavía medio mojado, y al entrar en casa veía en su despacho a mi padre trabajando, pensaba: ¡qué desgracia tener que hacerse uno mayor!
Ahora, que tengo 74 años y hace unos 7 que vivo holgazaneando con una pensión de jubilación, cuando veo a la gente entregada al trabajo, pienso: ¡que suerte ser un viejo!
Solo merece la pena vivir, pienso, por la infancia y la vejez. El resto es tiempo perdido.