Construcciòn del puerto de San Sebastián de la Gomera (1950)
Cuando se estaba construyendo el puerto de San Sebastián de la Gomera era yo todavía un niño de pantalón corto. Siguiendo la línea del puerto y para señalizar la baja profundidad, por las piedras que las gabarras depositaban en la plataforma marina, se había colocado una boya. Era solo un viejo bidón unido al fondo, del cual salían, en la parte superior, tres hierros -delgados, redondos y llenos de óxido- que abrazaban un farol de petróleo. Todas las tardes un hombre -seguramente un pescador a quién le habían encargado ese trabajo- subía a un bote y remando llegaba hasta la boya para encenderla. Yo contemplé muchos veces la maniobra.
Un día que estaba sentado en la escalera del embarcadero, el pescador, después de subirse al bote, me dijo:
-¡Tinito! ¿Quiéres venir?
Fui con él hasta la boya. Amarró el bote a uno de los hierros, echó petróleo a la lámpara, la encendió con su viejo mechero de martillo y regresamos.
Un día que estaba sentado en la escalera del embarcadero, el pescador, después de subirse al bote, me dijo:
-¡Tinito! ¿Quiéres venir?
Fui con él hasta la boya. Amarró el bote a uno de los hierros, echó petróleo a la lámpara, la encendió con su viejo mechero de martillo y regresamos.
A pesar de haber transcurrido más de 65 años, ese viaje, hasta la boya, lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer. Recuerdo al pescador, delgado y seco, con las cicatrices del sol en el rostro; el sonido rítmico de los remos y el de la carena del bote separando el agua; el del petróleo cayendo de la botella a la lámpara, el golpe del mechero de martillo y las últimas luces de la tarde.
Esa noche sentí la emoción de las grandes aventuras.