El cero y el infinito, que nuestro cerebro no pueden alcanzar, nos produce la misma sensación que un salto al vacío.
Nuestra especie para mitigar el pánico que le producía la visión de la muerte, ayudándose de la imaginación, creo el alma inmortal y todo ese fantástico mundo sobrenatural que solo existe en el interior de nuestro cerebro. Esa torpe solución, que nos resuelve el problema inmediato de la muerte, nos conduciría a una tragedia de proporciones inimaginables.
¿Qué sería de nosotros viviendo eternamente encerrados en un lugar como el cielo y dirigidos por un dios aburrido, dictador y justiciero como el que nos presenta la biblia? ¿Qué haríamos trepados sobre una nube eternamente en la mayor de las apatías? ¿Pueden imaginar un lugar más aburrido? ¿Qué sería de nosotros sin cotilleos, sin alfombras rojas, sin sexo, sin alcohol, sin tener inferiores a los que pisotear, sin propiedades, sin poder escalar posiciones?
No habló de miles o de millones de años, con unos pocos años me basta. Ese cielo imaginario, que nos había ayudado a sobrevivir mientras vivíamos, se convertiría en el mayor de los infiernos.
Nuestra única salvación sería entonces el suicidio del alma.