(Li Bai, Gloria Fuertes y Jorge Manrique)
DEDICATORIA: Para mi sobrino, Javier Sánchez de la Guardia,
que nos dejó aturdidos y desorientados,
con su precipitada marcha,
cuando terminaba de cumplir 39 años.
Cuando yo era un muchacho, casi un niño, me encapriché de un libro grande, con tapas duras y azules, que estaba en la biblioteca de mi padre, en La Gomera. Es muy extraño que yo, con esos años, me hubiera enamorado de un libro viviendo en La Gomera y rodeado, como estaba, de palmeras, de calles sin coches, de plazas, de charcos, de playa y de mar, pero así fue. No sé dónde puede estar hoy ese libro, ni tampoco consigo recordar su título. Era, seguramente, un estudio sobre literatura china. Ese libro me embriagó durante un tiempo y me descubrió el placer de memorizar poemas.
Cuando, unos pocos años después, llegaron a mis manos las Coplas a la muerte de su padre, el poema de Jorge Manrique, fui corriendo a la biblioteca en busca del libro azul para releer uno de sus poemas. Ahora soy incapaz de transcribirlo, pero si recuerdo las imágenes cinematográficas que dejó en mi cerebro. El autor caminaba por una selva y, de pronto, en un claro, se tropieza con las ruinas de un palacio. Toda su arquitectura era ya solo un montón de piedras en el suelo que la vegetación intentaba devorar. El poeta se detiene y con su imaginación lo pone otra vez en pie y resucita a los personajes que lo habitaban. Bellas y jóvenes doncellas, criados y señores, con lujosos ropajes transitando por él con sus intrigas, sus ilusiones y sus pasiones. Finalmente nos hace reflexionar sobre de la brevedad de la vida, de que todo -nosotros, nuestras leyes, nuestra cultura, nuestros principios, nuestra especie, nuestros dioses, nuestro universo- tiene su final. Parece poco probable que un caballero castellano del siglo XV, como Jorge Manrique, lo conociera, pero a mí los dos poemas me dejaron en la boca el mismo sabor.
Hace unos días, mientras preparaba la "ocurrencia" del día 27/11/2018, sobre Gloria Fuertes, descubrí un poema suyo que puse bajo su caricatura:
resuelvo el problema de la soledad del ser.
Invito a la luna y con mi sombra ya somos tres.
Y el poema me llevó, otra vez, al libro azul. Pero ya no pude correr hacia él. Fue en Internet donde pude encontrar y volver a leer, después de tantos años, el poema del poeta chino Li Bai (701-762), del que Gloria era una gran admiradora.
BEBIENDO SOLO A LA LUZ DE LA LUNA
Entre las flores, un tazón de vino
bebo solo, ningún amigo está cerca.
Levanto mi copa, invito a la luna
y a mi sombra, y ahora somos tres.
Mas la luna nada sabe de bebidas
y mi sombra se limita a imitarme,
pero así y todo, luna y sombra serán mi compañía.
La primavera es época propicia para el goce.
Canto y la luna prolonga su presencia,
bailo y mi sombra se enreda.
Mientras me mantengo sobrio, somos alegres juntos,
cuando me embriago, cada uno marcha por su lado
jurando encontrarnos en el Río de Plata de los cielos.
Hoy, mientras escribo, he descubierto que ese libro grande, de tapas duras y azules, que estaba en la biblioteca de mi padre, en La Gomera, fue el que me empujó dentro del laberinto de las ecuaciones sin solución.