viernes, 30 de octubre de 2020

XXX La mañana del día de reyes (la familia)

Ocurrió en las Navidades de 1971/1972. Mi padre todavía vivía. Después de su jubilación nos habíamos trasladado de la casa de telégrafos al piso de los maestros, en La Orotava. Mi madre era maestra. Mi hermana, que ya se había casado, vino con su familia a pasar las fiestas con nosotros. La acompañaban su marido y su hijo mayor, Miguel.
Los padres, los tíos y los abuelos nos dedicamos a buscar regalos para el niño. Cuando el niño se levantó, la mañana del día de reyes, había un avión colgado del techo que volaba haciendo círculos, coches de pilas que se podían dirigir a distancia, entre otra infinidad de cosas. El salón estaba lleno de artefactos. El niño miraba todo aquello sorprendido. Nosotros, estúpidamente, jugábamos e intentábamos que aprendiera su manejo. Después de pasar un corto periodo de tiempo nos dimos cuenta que el niño había desaparecido. Lo encontramos en la cocina, sentado en el suelo. Había sacado dos tapas de calderos y jugaba feliz a golpear una contra la otra, como los percusionistas de una orquesta sinfónica.
Cuando yo era joven, encontrar información sobre cualquier tema era una tarea dificultosa. Había que ir a las bibliotecas públicas y a las enciclopedias. Hoy cualquier información se encuentra fácilmente  en Internet.
A veces abrumado, como mi sobrino Miguel, me descubro entretenido ojeando los viejos libros que heredé de la biblioteca de mi padre. 

viernes, 16 de octubre de 2020

XXX Las madres (la familia)

 Ahora, que las cataratas empiezan a dificultarme la visión, me he acordado de mi madre.
Fui por primera vez al oculista cuando tenía unos 17 años. Desde niño siempre me había parecido que los demás veían mejor que yo. En muchas ocasiones se lo había dicho a mi madre. Mi padre no se ocupaba de esas cosas. Siempre me contestaba lo mismo. Tonterías, tú ves bien, solo quieres presumir.
Por fin, cuando vivíamos en La Orotava, después de insistir mucho, accedió.
El oculista, después de explorarme, me preguntó si nunca había llevado gafas. Le contesté que no. Me dió el papel con la graduación y me dijo que debería haberlas llevado desde niño.
Cuando la óptica me dio las gafas estuve unos diez días que iba asustado por la calle. Con la boca abierta. Descubrí un mundo nuevo. En el cine, en los letreros de las calles, en la pizarra del colegio, en las montañas lejanas, en las nubes.
Cuando regresé a casa, después de la visita al oculista y le conté a mi madre lo que me había dicho, me contestó:
-Eso lo sabía yo desde que naciste, pero la familia, las amigas y todo el mundo, cuando te veían, hacían comentarios de tus ojos. ¿Cómo iba a privarme de ese placer?


jueves, 15 de octubre de 2020

XXX El tiempo perdido (infancia)

 Mi padre era el telegrafista de San Sebastián de La Gomera. Vivíamos en un viejo caserón de dos plantas. En la planta baja estaban las instalaciones y las oficinas del telégrafo y en la alta nuestra vivienda.
En el verano los niños pasábamos los días entre el fútbol, los juegos, las carreras, la exploración de los charcos del bajío y la playa. Aquellas largas vacaciones de verano de la infancia las recuerdo como un paraíso perdido.
En aquellos años los niños íbamos a la playa descalzos y vestidos solo con bañador. Allí pasábamos las horas saltando desde el muelle, jugando con las olas o revolcándonos en la arena caliente.
Para entrar en casa pasábamos por un pasillo de la planta baja en donde estaba el despacho de mi padre.
Recuerdo que cuando regresaba de la playa, todavía medio mojado, y al entrar en casa veía en su despacho a mi padre trabajando, pensaba: ¡qué desgracia tener que hacerse uno mayor!
Ahora, que tengo 74 años y hace unos 7 que vivo holgazaneando con una pensión de jubilación, cuando veo a la gente entregada al trabajo, pienso: ¡que suerte ser un viejo!
Solo merece la pena vivir, pienso, por la infancia y la vejez. El resto es tiempo perdido.

domingo, 4 de octubre de 2020

Ja, ja, ja... (pesimismo y optimismo) (NO)

 Algunos de los familiares y amigos que leen mis "ocurrencia" acostumbran a criticarme. Se quejan de su pesimismo crónico y de la forma en que miro todo el disparate-absurdo-irracional que es nuestra sociedad, nuestra especie y todo lo que nos rodea.
Si hubieran visto, como vi yo hace unos días, una entrevista que le hicieron al gran Quino -el padre de Mafalda- poco tiempo antes de morir, entenderían que yo soy solo un modesto y moderado aprendiz de pesimista.
El optimismo se sustenta en nuestra facilidad para creernos toda esa sarta de mentiras con que nos persiguen desde niños.
 



sábado, 3 de octubre de 2020

XXXAyer, en la caja del supermercado (RELIGIÓN)

 Ayer, en la cola de la caja del supermercado, mientras la cajera atendía a la señora que me antecedía:
-Tengo tanta fe en el Cristo de La Laguna -dijo la cajera.
-Yo también, pero mi verdadera devoción es por la Virgen de Candelaria -aclaró la señora.
Un poco después, cuando la cajera me atendía a mí y mientras se colocaba la mascarilla:  
-El calor que hace y esta dichosa mascarilla. La llevo porque me lo exige la empresa, pero yo no creo en todas esas mentiras del virus.