¿Quién tiene valor para desnudarse y ponerse frente al espejo?
Primero fue Platón (427-347 a.C.) y el mito de la caverna. Luego, Kant (1724-1804) y la crítica de la razón pura. Después, Darwin (1809-1882) y su teoría de la evolución de las especies. Y, más tarde, los últimos conocimientos sobre percepción.
Nunca llegaremos a conocer realmente del mundo que nos rodea por las limitaciones de nuestra propia naturaleza.
La percepción, como intuyó Platón y Kant, nos enseña que el cerebro, que vive rodeado de huesos y en la más completa oscuridad, mediante los impulsos eléctricos que le llegan de los sentidos, se fabrica una representación virtual del mundo exterior. Ese otro mundo que se imagina e inventa nuestro cerebro, nos ayuda a transitar por un mundo que nos será siempre inalcanzable. Vemos el mundo igual que un ciego de nacimiento que solo lo imaginara con la ayuda de su bastón.
La verdad siempre ha sido una desconocida para nuestro cerebro. Hemos sido diseñados por la evolución para luchar por la supervivencia. Lo que llamamos principios y verdades no tienen sentido para nuestro cerebro. Se modifican en función de nuestras necesidades de supervivencia.
Viviendo, como vivimos, en ese mundo virtual, son tan sencillos los juegos de imaginación.
La mayor parte de nuestro cerebro está ocupada por fantasías que solo hemos creado para ayudarnos a sobrevivir.
Darwin nos enseñó que somos una especie más sobre el planeta, pero nuestro cerebro, que es más fundamentalista que racional, no se deja convencer.
Una de las funciones principales de nuestro cerebro es tenernos siempre bien cubierto con la túnica de las mentiras para impedir que veamos nuestra propia realidad.
¿Quién tiene valor para desnudarse y ponerse frente el espejo?